domingo, 5 de agosto de 2012

SEMINARIO ADOLESCENTES INN: una perspectiva psicoanalítica


Entrevista al Dr. Sigmund Freud. "El valor de la vida" 1926.

Entrevista al Dr. Sigmund Freud
"El valor de la vida" 1926
Esta entrevista fue concedida al periodista George Sylvester Viereck en 1926 en la casa de Sigmund Freud en los alpes suizos.
Se creía perdida pero en realidad se encontró que había sido publicada en el volumen de "Psychoanalysis and the Fut", en New York en 1957.
Fue traducida del ingles al portugués por Paulo César Souza y al castellano por Miguel Angel Arce  




S. Freud: Setenta años me enseñaron a aceptar la vida con serena humildad. 
Quien habla es el profesor Sigmund Freud, el gran explorador del alma. El escenario de nuestra conversación fue en su casa de verano en Semmering, una montaña de los alpes austríacos. Yo había visto el país del psicoanalisis por última vez en su modesta casa de la capital austríaca. Los pocos años transcurridos entre mi última visita y la actual, multiplicaron las arrugas de su frente. Intensificaron la palidez de sabio. Su rostro estaba tenso, como si sintiese dolor. Su mente estaba alerta, su espíritu firme, su cortesía impecable como siempre, pero un ligero impedimento en su habla me perturbó. Parece que un tumor maligno en el maxilar superior tuvo que ser operado. Desde entonces Freud usa una prótesis, lo cual es una constante irritación para él. 

S. Freud: Detesto mi maxilar mecánico, porque la lucha con este aparato me consume mucha energía preciosa. Pero prefiero esto a no tener ningún maxilar. Aún así prefiero la existencia a la extinción. Tal vez los dioses sean gentiles con nosotros, tornandonos la vida más  desagradable a medida que envejecemos. Por fin, la muerte nos parece menos intolerable que los fardos que cargamos. 

(Freud se rehúsa a admitir que el destino le reserva algo especial).

S. Freud: ¿Por qué (dice calmamente) debería yo esperar un tratamiento especial? La vejez, con sus arrugas, llega para todos. Yo no me revelo contra el orden universal. Finalmente, después de setenta años, tuve lo bastante para comer. Aprecié muchas cosas -en compañía de mi mujer, mis hijos- el calor del sol. Observé las plantas que crecen en primavera. De vez en cuando tuve una mano amiga para apretar. En otra ocasión encontré un ser humano que casi me comprendió. ¿Qué más puedo querer?

George Sylvester Viereck: El señor tiene una fama. Su obra prima influye en la literatura de cada país. Los hombres miran la vida y a sí mismos con otros ojos, por causa de este señor. Recientemente, en el septuagésimo aniversario, el mundo se unió para homenajearlo, con excepción de su propia universidad. 

S. Freud: Si la Universidad de Viena me demostrase reconocimiento, me sentiría incómodo. No hay razón en aceptarme a mi o a mi obra porque tengo setenta años. Yo no atribuyo importancia insensata a los decimales. La fama llega cuando morimos y, francamente, lo que ven después no me interesa. No aspiro a la gloria póstuma. Mi virtud no es la modestia. 
George Sylvester Viereck: ¿No significa nada el hecho de que su nombre va a perdurar?
S. Freud: Absolutamente nada, es lo mismo que perdure o que nada sea cierto. Estoy más bien preocupado por el destino de mis hijos. Espero que sus vidas no sean difíciles. No puedo ayudarlos mucho. La guerra practicamente liquidó mis poseciones, lo que había adquirido durante mi vida. Pero me puedo dar por satisfecho. El trabajo es mi fortuna.
(Estabamos subiendo y descendiendo una pequeña elevación de tierra en el jardín de su casa. Freud acarició tiernamente un arbusto que florecía) 
S. Freud: Estoy mucho más interesado en este capullo de lo que me pueda acontecer despues de estar muerto.  
George Sylvester Viereck: ¿Entonces, el señor es, al final, un profundo pesimista?

S. Freud: No, no lo soy. No permito que ninguna reflexión filosófica complique mi fluidez con las cosas simples de la vida. 

George Sylvester Viereck: ¿Usted cree en la persistencia de la personalidad después de la muerte, de la forma que sea? 
S. Freud: No pienso en eso. Todo lo que vive perece. ¿Por qué deberia el hombre constituir una excepción?

George Sylvester Viereck: ¿Le gustaría retornar en alguna forma, ser rescatado del polvo? ¿Usted no tiene, en otras palabras, deseo de inmortalidad? 

S. Freud: Sinceramente no. Si la gente reconoce los motivos egoístas detrás de la conducta humana, no tengo el más mínimo deseo de retornar a la vida; moviendose en un círculo, sería siempre la misma.  Más allá de eso, si el eterno retorno de las cosas, para usar la expresión de Nietzsche, nos dotase nuevamente de nuestra carnalidad y lo que involucra, ¿para qué serviría sin memoria? No habría vínculo entre entre el pasado y el futuro. Por lo que me toca, estoy perfectamente satisfecho en saber que el eterno aborrecimiento de vivir finalmente pasará. Nuestra vida es necesariamente una serie de compromisos, una lucha interminable entre el ego y su ambiente. El deseo de prolongar la vida excesivamente me parece absurdo. 
George Sylvester Viereck: Bernard Shaw sustenta que vivimos muy poco. El encuentra que el hombre puede prolongar la vida si asi lo desea, llevando su voluntad a actuar sobre las fuerzas de la evolución. El cree que la humanidad puede recuperar la longevidad de los patriarcas.  
S. Freud: Es posible que la muerte en sí no sea una necesidad biológica. Tal vez morimos porque deseamos morir. Asi como el amor o el odio por una persona viven en nuestro pecho al mismo tiempo, asi también toda la vida conjuga el deseo de la propia destrucción. Del mismo modo como un pequeño elástico tiende a asumir la forma original, así también toda materia viva, conciente o inconcientemente, busca readquirir la completa, la absoluta inercia de la existencia inorgánica. El impulso de vida o el impulso de muerte habitan lado a lado dentro nuestro. La muerte es la compañera del Amor. Ellos juntos rigen el mundo. Esto es lo que dice mi libro: "Más allá del principio del placer" En el comienzo del psicoanalisis se suponía que el Amor tenía toda la importancia. Ahora sabemos que la Muerte es igualmente importante. Biológicamente, todo ser vivo, no importa cuán intensamente la vida arda dentro de él, ansía el Nirvana, la cesación de la "fiebre llamada vivir". El deseo puede ser encubierto por digresiones, no obstante, el objetivo último de la vida es la propia extinción. 
George Sylvester Viereck: Esto es la filosofía de la autodestrucción. Ella justifica el auto-exterminio. Llevaría logicamente al suicidio universal imaginado por Eduard Von Hartmann. 
S. Freud: La humanidad no escoge el suicidio porque la ley de su ser desaprueba la via directa para su fin. La vida tiene que completar su ciclo de existencia. En todo ser normal, la pulsión de vida es fuerte, lo bastante para contrabalancear la pulsión de muerte, pero en el final, ésta resulta más fuerte. Podemos entretenernos con la fantasía de que la muerte nos llega por nuestra propia voluntad. Sería más posible que no pudiéramos vencer a la muerte porque en realidad ella es un aliado dentro de nosotros. En este sentido (añadió Freud con una sonrisa) puede ser justificado decir que toda muerte es un suicidio disfrazado.
(Estaba haciendo frio en el jardín. Continuamos la conversación en el gabinete. Vi una pila de manuscritos sobre la mesa, con la caligrafia clara de Freud).
George Sylvester Viereck: ¿En qué está trabajando el señor Freud?

S. Freud: Estoy escribiendo una defensa del análisis lego, del psicoanálisis practicado por los legos. Los doctores quieren establecer al análisis ilegal para los no-médicos. La historia, esa vieja plagiadora, se repite después de cada descubrimiento. Los doctores combaten cada nueva verdad en el comienzo. Después procuran monopolizarla. 
George Sylvester Viereck: ¿Usted tuvo mucho apoyo de los legos?
S. Freud: Algunos de mis mejores discípulos son legos.
George Sylvester Viereck: ¿El Señor Freud está practicando mucho psicoanálisis?
S. Freud: Ciertamente. En este momento estoy trabajando en un caso muy difícil, intentando desatar conflictos psíquicos de un interesante paciente nuevo. Mi hija también es psicoanalista como usted puede ver....

(En ese momento apareció Miss Anna Freud, acompañada por su paciente, un muchacho de once años de facciones inconfundiblemente anglosajonas) 

George Sylvester Viereck: ¿Usted ya se analizó a sí mismo?
S. Freud: Ciertamente. El psicoanalista debe constantemente analizarse a sí mismo. Analizándonos a nosotros mismos, estamos más capacitados para analizar a otros. El psicoanalista es como un chivo expiatorio de los hebreos, los otros descargan sus pecados sobre él. El debe practicar su arte a la perfección para liberarse de los fardos cargados sobre él. 
George Sylvester Viereck: Mi impresión es de que el psicoanálisis despierta en todos los que lo practican el espíritu de la caridad cristiana. Nada existe en la vida humana que el psicoanálisis no nos pueda hacer comprender. "Tout comprendre c'est tou pardonner". 
S. Freud: Por el contrario (acusó Freud sus facciones asumiento la severidad de un profeta hebreo), comprender todo no es perdonar todo. El análisis nos enseña apenas lo que podemos soportar, pero también lo que podemos evitar. El análisis nos dice lo que debe ser eliminado. La tolerancia con el mal no es de manera alguna corolario del conocimiento.  
(Comprendí súbitamente por qué Freud había litigado con sus seguidores que lo habían abandonado, porque él no perdona disentir del recto camino de la ortodoxia psicoanalítica. Su sentido de lo que es recto es herencia de sus ancestros. Una herencia de la que él se enorgullece como se enorgullece de su raza). 
S. Freud: Mi lengua es el alemán. Mi cultura, mi realización es alemana. Yo me considero un intelectual alemán, hasta que percibí el crecimiento del preconcepto anti-semita en Alemania y en Austria. Desde entonces prefiero considerarme judío. 
(Quedé algo desconcertado con esta observación. Me parecía que el espíritu de Freud debería vivir en las alturas más allá de cualquier preconcepto de razas, que él debería ser inmune a cualquier rencor personal. Entanto no precisamente a su indignación, a su honesta ira, se volvía más atrayente como ser humano. ¡Aquiles sería intolerable si no fuese por su talón!) 
George Sylvester Viereck: Me pone contento, Herr Profesor, de que también el señor tenga sus complejos, de que también el señor Freud demuestre que es un mortal! 
S. Freud: Nuestros complejos son la fuente de nuestra debilidad; pero con frecuencia, son también la fuente de nuestra fuerza. 
George Sylvester Viereck: Imagino, observo, ¡cuáles serían mis complejos!

S. Freud: Un análisis serio dura más o menos un año. Puede durar igualmente dos o tres años. Usted está dedicando muchos años de su vida la "caza de los leones". Usted procuró siempre a las personas destacadas de su generación: Roosevelt, El Emperador, Hindenburgh, Briand, Foch, Joffre, Georg Bernard Shaw....

George Sylvester Viereck: Es parte de mi trabajo.

S. Freud: Pero también es su preferencia. El gran hombre es un símbolo. Su búsqueda es la búsqueda de su corazón. Usted también está procurando al gran hombre para tomar el lugar de su padre. Es parte del complejo del padre. 

(Negué vehementemente la afirmación de Freud. Mientras tanto, reflexionando sobre eso, me parece que puede haber una verdad, no sospechada por mi, en su sugestión casual. Puede ser lo mismo que el impulso que me llevó a él) 
George Sylvester Viereck: Me gustaría, observé después de un momento, poder quedarme aquí lo bastante para vislumbrar mi corazón a través de sus ojos. ¡Tal vez, como la Medusa, yo muriese de pavor al ver mi propia imagen! Aún cuando no confío en estar muy informado sobre psicoanálisis,  frecuentemente anticiparía o tentaría anticipar sus intenciones. 
S. Freud: La inteligencia en un paciente no es un impedimento. Por el contrario, muchas veces facilita el trabajo. 
(En este punto el maestro del psicoanálisis difiere bastante de sus seguidores, que no gustan mucho de la  seguridad del paciente que tienen bajo su supervisión) 
George Sylvester Viereck: A veces imagino si no seríamos más felices si supiésemos menos de los procesos que dan forma a nuestros pensamientos y emociones. El psicoanálisis le roba a la vida su último encanto, al relacionar cada sentimiento a su original grupo de complejos. No nos volvemos más alegres descubriendo que todos abrigamos al criminal o al animal. 
S. Freud: ¿Qué objeción puede haber contra los animales? Yo prefiero la compañía de los animales a la compañía humana. 
George Sylvester Viereck: ¿Por qué?

S. Freud: Porque son más simples. No sufren de una personalidad dividida, de la desintegración del ego, que resulta de la tentativa del hombre de adaptarse a los patrones de civilización demasiado elevados para su mecanismo intelectual y psíquico. El salvaje, como el animal es cruel, pero no tiene la maldad del hombre civilizado. La maldad es la venganza del hombre contra la sociedad, por las restricciones que ella impone. Las más desagradables características del hombre son generadas por ese ajuste precario a una civilización complicada. Es el resultado del conflicto entre nuestros instintos y nuestra cultura. Mucho más desagradables que las emociones simples y directas de un perro, al mover su cola, o al ladrar expresando su displacer. Las emociones del perro (añadió Freud pensativamente), nos recuerdan a los héroes de la antigüedad. Tal vez sea esa la razón por la que inconcientemente damos a nuestros perros nombres de héroes como Aquiles o Héctor. 

George Sylvester Viereck: Mi cachorro es un doberman Pinscher llamado Ájax.

S. Freud: (sonriendo) Me contenta saber que no pueda leer. ¡El sería ciertamente, el miembro menos querido de la casa, si pudiese ladrar sus opiniones sobre los traumas psíquicos y el complejo de Edipo!

George Sylvester Viereck: Aún usted, profesor, sueña la existencia compleja por demás. Entanto me parece que el señor sea en parte responsable por las complejidades de la civilización moderna. Antes que usted inventase el psicoanálisis, no sabíamos que nuestra personalidad es dominada por una hueste beligerante de complejos cuestionables. El psicoanálisis vuelve a la vida como un rompecabezas complicado. 
S. Freud: De ninguna manera. El psicoanálisis vuelve a la vida más simple. Adquirimos una nueva síntesis despues del análisis. El psicoanálisis reordena el enmarañado de impulsos dispersos, procura enrrollarlos en torno a su carretel. O, modificando la metáfora, el psicoanálisis suministra el hilo que conduce a la persona fuera del laberinto de su propio inconciente. 
George Sylvester Viereck: Al menos en la superficie, pues la vida humana nunca fue mas compleja. Cada día una nueva idea propuesta por usted o por sus discípulos, vuelven un problema de la conducta humana más intrigante y más contradictorio. 
S. Freud: El psicoanálisis por lo menos, jamás cierra la puerta a una nueva verdad. 
George Sylvester Viereck: Algunos de sus discípulos, más ortodoxos que usted, se apegan a cada pronunciamiento que sale de su boca. 
S. Freud: La vida cambia. El psicoanálisis también cambia. Estamos apenas en el comienzo de una nueva ciencia. 
George Sylvester Viereck: La estructura científica que usted levanta me parece ser mucho más elaborada. Sus fundamentos -la teoría del "desplazamiento", de la "sexualidad infantil", de los "simbolismos de los sueños", etc- parecen permanentes. 
S. Freud: Yo repito, pues, que estamos apenas en el inicio. Yo apenas soy un iniciador. Conseguí desenterrar monumentos enterrados en los sustratos de la mente. Pero allí donde yo descubrí algunos templos, otros podrán descubrir continentes. 
George Sylvester Viereck: ¿Usted siempre pone el énfasis sobre todo en el sexo?
S. Freud: Respondo con las palabras de su propio poeta, Walt Whitman: "Más todo faltaría si faltase el sexo" (Yet all were lacking, if sex were lacking). Mientras tanto, ya le expliqué que ahora pongo el énfasis casi igual en aquello que está "más allá" del placer -la muerte, la negociación de la vida. Este deseo explica por qué algunos hombres aman al dolor -como un paso para el aniquilamiento! Explica por qué los poetas agradecen a: 
Whatever gods there be,
That no life lives forever
And even the weariest river
Wind somewhere safe to sea.
"Cualesquiera dioses que existan
Que la vida ninguna viva para siempre
Que los muertos jamás se levanten
Y también el río más cansado
Desagüe tranquilo en el mar"
George Sylvester Viereck: Shaw, como usted, no desea vivir para siempre, pero a diferencia de usted, él considera al sexo carente de interés. 
S. Freud: (Sonriendo) Shaw no comprende al sexo. El no tiene ni la más remota concepción del amor. No hay un verdadero caso amoroso en ninguna de sus piezas. El hace humoradas del amor de Julio César -tal vez la mayor pasión de la historia. Deliberadamente, tal vez maliciosamente, él despoja a Cleopatra de toda grandeza, relegándola a una simple e insignificante muchacha. La razón para la extraña actitud de Shaw frente al amor, por su negación del movil de todas las cosas humanas, que emanan de sus piezas el clamor universal, a pesar de su enorme alcance intelectual, es inherente a su psicología. En uno de sus prefacios, él mismo enfatiza el rasgo ascético de su temperamento. Yo puedo estar errado en muchas cosas, pero estoy seguro de que no erré al enfatizar la importancia del instinto sexual. Por ser tan fuerte, choca siempre con las convenciones y salvaguardas de la civilización. La humanidad, en una especie de autodefensa procura su propia importancia. Si usted raspa a un ruso, dice el proverbio, aparece el tártaro sobre la piel. Analice cualquier emoción humana, no importa cuán distante esté de la esfera de la sexualidad, y usted encontrará ese impulso primordial al cual la propia vida debe su perpetuidad.  
George Sylvester Viereck: Usted, sin duda, fue bien seguido al transmitir ese punto de vista a los escritores modernos. El psicoanálisis dió nuevas intensidades a la literatura. 
S. Freud: También recibí mucho de la literatura y la filosofía. Nietzche fue uno de los primeros psicoanalistas. Es sorprendente ver hasta qué punto su intuición preanuncia las novedades descubiertas. Ninguno se percató más profundamente de los motivos duales de la conducta humana, y de la insistencia del principio del placer en predominar indefinidamente que él. El Zaratustra dice: "El dolor grita: ¡Va! Pero el placer quiere eternidad Pura, profundamente eternidad". El psicoanalisis puede ser menos discutido en Austria y en Alemania que en los Estados Unidos, su influencia en la literatura es inmensa por lo tanto. Thomas Mann y Hugo Von Hofmannsthak mucho nos deben a nosotros. Schnitzler recorre un sendero que es, en gran medida, paralela a mi propio desarrollo. El expresa poeticamente lo que yo intento comunicar científicamente. Pero el Dr. Schnitzle no es ni siquiera un poeta, es también un científico. 
George Sylvester Viereck: Usted no sólo es un científico, también es un poeta. La literatura americana está impregnada de psicoanálisis. Hupert Hughes, Harvrey O'Higgins y otros, son sus intérpretes. Es casi imposible abrir una nueva novela sin encontrar alguna referencia al psicoanálisis. Entre los dramaturgos Eugene O'Neill y Sydney Howard tienen una gran deuda con usted. "The Silver Cord" por ejemplo, es simplemente una dramatización del complejo de Edipo. 
S. Freud: Yo sé y entiendo el cumplido que hay en esa afirmación. Pero, tengo cierta desconfianza de mi popularidad en los Estados Unidos. El interés americano por el psicoanálisis no se profundiza. La popularización lo lleva a la aceptación sin que se lo estudie seriamente. Las personas apenas repiten las frases que aprenden en el teatro o en las revistas. Creen comprender algo del psicoanálisis porque juegan con su argot.  Yo prefiero la ocupación intensa con el psicoanálisis, tal como ocurre en los centros europeos, aunque Estados Unidos fue el primer país en reconocerme oficialmente.
La Clark University me concedió un diploma honorario cuando yo siempre fui ignorado en Europa. Mientras tanto, Estados Unidos hace pocas contribuciones originales al psicoanálisis.
Los americanos son jugadores inteligentes, raramente pensadores creativos. Los médicos en los Estados Unidos, y ocasionalmente tambien en Europa, tratan de monopolizar para sí al psicoanálisis. Pero sería un peligro para el psicoanálisis dejarlo exclusivamente en manos de los médicos, pues una formación estrictamente médica es con frecuencia, un impedimento para el psicoanálisis. Es siempre un impedimento cuando ciertas concepciones científicas tradicionales están arraigadas en el cerebro. 
¡Freud tiene que decir la verdad a cualquier precio! El no puede obligarse a sí mismo a agradar a Estados Unidos donde están la mayoría de sus seguidores. A pesar de su rudeza, Freud es la urbanidad en persona. El oye pacientemente cada intervención, procurando nunca intimidar al entrevistador. Raro es el visitante que se aleja de su presencia sin un presente, alguna señal de hospitalidad! 
Había oscurecido. Era tiempo de tomar el tren de vuelta a la ciudad que una vez cobijara el esplendor imperial de los Habsburgos. Acompañado de su esposa y de su hija, Freud desciende los escalones que lo alejan de su refugio en la montaña a la calle para verme partir. El me pareció cansado y triste al darme el adiós. 
"No me haga parecer un pesimista -dice Freud después de un apretón de manos. Yo no tengo desprecio por el mundo. 
Expresar desdén por el mundo es apenas otra forma de cortejarlo, de ganar audiencia y aplauso. 
¡No, yo no soy un pesimista, en tanto tenga a mis hijos, mi mujer y mis flores! 
No soy infelíz, al menos no más infelíz que otros". 
El silbato de mi tren sonó en la noche. El automóvil me conducía rápidamente para la estación. Apenas logro ver ligeramente curvado y la cabeza grisácea de Sigmund Freud que desaparecen en la distancia....
George Sylvester Viereck
periodista del "Journal of Psichology"
año 1926 publicada en N.York en 1957
Miguel Angel Arce
Consultor Psicológico
Esp. Desarrollo Personal.

martes, 24 de julio de 2012

De la medicación y otros sobresaltos clínicos


Crónica: Los sobresaltos de la clínica y el impasse del neuromulticulturalismo. Éric Laurent (París)


Acaba de tener lugar, del 5 al 9 de mayo en Filadelfia, el Forum más concurrido sobre los debates en marcha en la clínica, con un nombre bien elegido. Se trata del 165º Congreso de la Asociación Americana de Psiquiatría. El título y la consigna del congreso eran: integración. Cómo integrar los cuidados psiquiátricos entre el generalista y el hospital en sentido amplio, en un sistema que conoce las dificultades de poner en relación la gestión privada de públicos diferenciados en las diferentes Health Maintenance Organisations, no integradas en un sistema de salud unificado. El sistema conoce también el exceso de prescripciones de psicotrópicos por los generalistas o la dificultad de integrar la psiquiatría civil y la militar en el tratamiento de los veteranos y sus síndromes post-traumáticos.
Un Congreso así representa 10.000 participantes, con profusión de todo: sesiones plenarias, talleres, mesas redondas, cursos, simposiums en el Congreso, invitados insignes, key-note speakers, miles de posters. Empezó por una conversación entre Aaron Beck profesor emérito de psiquiatría en Pensilvania y Glen O. Gabbard profesor de psiquiatría en el estado de Nueva York y en Texas, sobre los puntos de convergencia y de divergencia entre psicoterapias cognitivistas y psicodinámica.
Precisemos: nada de slides, nada de texto, simplemente se habla, lujo supremo. El programa tiene192 páginas, sin contar las que desgranan los cientos de posters. Comienza con 30 páginas de Disclosure Index, donde aquellos ponentes que tienen acciones o compromisos diversos con laboratorios farmacéuticos deben declararlos. También los ponentes que no tienen nada que declarar, tienen que declararlo explícitamente. El programa evoca todo aquello de lo que se habla en el campo de la psiquiatría. Es muy difícil orientarse en ese laberinto democrático donde sin embargo el pecking order jerárquico es muy estricto.
En relación al psicoanálisis, es fácil, no hay más que una exposición en el índice del programa, titulada “Adolescencia y reorganización del desarrollo del niño: un modelo neuropsicoanalítico”. Para el conjunto y el resto es útil remitirse a los artículos especializados del New York Times y del Washington Post que, firmados por Benedict Carey y N. C. Aizenman resumen lo esencial.
Se ha hablado mucho en este Congreso de las consecuencias de la reorganización del campo clínico bajo la influencia del DSM V que será publicado en mayo de 2013, y de la importancia de esta reorganización sobre el “cuidado integrado”. El amo por venir no cesa de polarizar el campo desde ahora mismo. El comité de los 162 miembros encargado de finalizar el documento ha hecho pública su decisión estratégica y altamente política de renunciar a dos novedades que habían sido escandalosas.
Una era la nueva categoría de “riesgo de psicosis atenuada”. Se trataba de poder identificar a los jóvenes en riesgo de desarrollar más tarde una psicosis pesada por sufrir de alucinaciones ligeras o ideas delirantes. El gran riesgo era que se encontraran fuertemente medicados, al precio de efectos secundarios mal apreciados. Las clasificaciones psiquiátricas no pueden darse el lujo de admitir las “psicosis ordinarias” porque habría que medicarlas de manera también ordinaria. También se ha renunciado al nuevo “trastorno ansioso-depresivo mixto”, que abría el camino para recetar antidepresivos al conjunto de la población. No hay que creer que esas categorías son abandonadas, porque fueron propuestas por el sector de los biopsiquiatras más fundamentalistas. Se trata de aquellos que consideran que la patología es probablemente un vasto continuo donde los recortes de la “clínica” no son más que artificios retóricos infundados, y que más valdría distinguir grados de intensidad. Esas categorías serán pues colocadas en una categoría ad-hoc, la que aprendimos a conocer con la literatura de la HAS: “Trastornos que necesitan investigaciones ulteriores”. Sin embargo, es un fracaso del lobby de Big Pharma.
Allen J. Frances, el presidente del comité que había puesto a punto el DSM IV, ahora a la cabeza del movimiento de oposición a las extensiones de los diagnósticos, se alegra de esta retirada pero subraya que aún hay cierto número de categorías susceptibles de provocar efectos perversos como el “trastorno neurocognitivo menor”, o la demasiado fácil aceptación de “la adicción”. Declara a Auzenman “Las implicaciones van más allá de todo lo que usted pueda imaginar... Añada un nuevo síntoma y de repente decenas de millones de personas que hasta ahora no tienen ningún diagnóstico se despiertan con él y serán bombardeadas con publicidad por la televisión para proponerles medicamentos... En lugar de controlar el problema, el DSM V abrirá los diques aún más”. El hecho de que estemos obligados a añadir un párrafo donde se precisa que la tristeza y los síntomas que acompañan una perdida significativa, tienen la apariencia de una depresión, pero no lo son, casi no reconforta.
Hay un punto donde el Comité DSM V ha tomado una decisión de reducción drástica, es sobre el autismo, proponiendo suprimir el “Síndrome de Asperger” así como el “trastorno generalizado del desarrollo” no especificado de otra forma. El alcance de esta decisión ha sido objeto de vivos debates. Un estudio de Yale considera que el número de autistas disminuirá a la mitad, mientras que otro estudio presentado durante el Congreso considera que no cambiará gran cosa de las cifras actuales. Como el diagnóstico es esencial para obtener el acceso a las prestaciones financiadas por los estados, el director del Centro de Estudios sobre el Niño de la facultad de medicina de Yale desea que la última hipótesis sea verdadera y que la situación permanezca estable, pero se pregunta entonces por qué tocar nada.
No obstante, uno de los miembros del Comité DSM V, del que ya relatamos algunas declaraciones en otra crónica, (“Autismo, epidemia o estado ordinario del sujeto”, en LQ nº 194 de 10 de abril) fue muy claro al respecto. Se trata de cambiar la definición para “atajar la epidemia de autismo”. Se deduce pues que no será fácil y dará lugar a reivindicaciones y debates ya previsibles.
Todo el Congreso de Psiquiatría ha estado pues atravesado por la tensión entre extensión y contención. Los neurocientíficos, despreocupados de los problemas clínicos y de todo con su objetivación de las variaciones neurológicas que afectan a los sujetos autistas, se desentienden encantados de los límites.
El artículo de Laurent Mottron publicado en el último número de “Cerveau et Psycho" es ejemplar. “Todo lo que sabemos hoy del autismo nos conduce a ver en él una organización cerebral diferente más bien que una enfermedad” y que “Es probable que el “espectro autista” (...) represente una población considerable (...) un estudio coreano reciente demuestra que un individuo puede responder a los criterios comportamentales del autismo tal como los define la comunidad científica, siendo totalmente autónomo y sin que sus iguales noten nada. Ese sería el caso de más del dos por ciento de la población general, que se añade al uno por ciento para los que la diferencia es evidente. ¿Son “autistas” esos individuos? Sí, si les definimos por un comportamiento particular; no, si les definimos por una enfermedad”. Ya estamos pues en un 3 por ciento, un niño de cada 30, es decir, con la disimetría hombre/mujer, alrededor de un niño de cada 20.
Esta “población considerable”, en esta perspectiva, debe ser acogida con su diferencia y tener acceso al saber según las vías que les son propias, de manera que se optimicen los desempeños de sus miembros. Solo entonces sabremos qué es el autismo, porque de momento “no sabemos como se comportarían los autistas si tuvieran acceso, desde su nacimiento, a la información adecuada”. La comunidad autista es explícitamente comparada con la comunidad de esclavos de las plantaciones.
Los estudios cognitivos han concluido durante mucho tiempo la supremacía de los pueblos occidentales, mientras que no se trataba más que de los efectos de exclusión del saber. No se trata de adaptar la comunidad autista a las maneras de vivir de la mayoría y de querer borrar la diferencia con tratamientos comportamentales artificiales.
En la tradición canadiense del respeto a las comunidades, Mottron propone un neurocomunitarismo: “La demanda de adaptarse a un mundo mayoritario, fundado en una lógica de la mayoría, es una lógica guerrera o electoralista. No debería concernir a las diferencias neurobiológicas que existen en la familia humana”. Se trata de encontrar el lugar apropiado para los miembros de esta comunidad.
A Mottron no le gusta el psicoanálisis en absoluto y nunca deja pasar una ocasión de hacerlo saber, con una falta de matices digna de elogio. Sin embargo, la objeción psicoanalítica a la comunidad de los sujetos reunidos bajo una misma etiqueta debería interesarle. Lo que podemos decir de un sujeto de un tipo no es de gran utilidad para otro. Lo que se trata de apuntar no es la comunidad, es la particularidad. Esto es subrayado por practicantes del método TEACH, como Bernadette Rogé, Profesor en Toulouse-Le Mirail, entrevistado en Mediapart: debemos tener en cuenta la particularidad de los autistas: “su disponibilidad, su motivación, su funcionamiento particular en el plano sensorial, cognitivo, lo que requiere muchas adaptaciones”.
También en el “modelo de Denver”, en el que se combina el juego y el aprendizaje en una “interacción emocional positiva”, “se trabajan todos los ámbitos, lenguaje, adaptación, motricidad (...) de una manera mucho más natural y espontánea”.
Más allá de la objeción por la singularidad el neurocomunitarismo encuentra un impasse por su vocación a extenderse sin demasiados límites a partir de rasgos de comportamiento, compartiendo un mismo disfuncionamiento neurológico no especificado, y que no haga síntoma. En el mismo número de Cerveau et psycho, otro defensor de la desaparición de la clínica en provecho de las evaluaciones neurocientíficas, Franck Ramus, sueña con otra proliferación. Pone en su lugar la hybris del diputado Fasquelle que pretende legislar sobre los tratamientos del autismo. Va más lejos, clama por la creación de una “Agencia nacional de evaluación de las psicoterapias” apoyándose en el argumento bien conocido desde la Enmienda Accoyer: el vacío jurídico. “Los tratamientos no farmacéuticos no son objeto de ninguna evaluación obligatoria, y son colocados en el mercado sin ningún control”. Se ve muy bien cómo vela por que se prescriban todo tipo de obligaciones, se establezcan listas de tratamientos validados, con actualizaciones, puestas al día, con una competencia sobre todo el campo psíquico. Una verdadera fábrica de gas. Vemos en qué contradicciones se ha extraviado la en adelante AFSSAPS, ahora ANSM, mientras que su competencia estaba bien definida: los estudios biológicos. Nos enteramos de su final en agua de borrajas de los proyectos de reglamentación del título de psicoterapeuta (decreto del 7 de mayo de 2010 relativo al uso de ese título, cfr. Comunicado de LQ de 9 de mayo) Podemos imaginar sin dificultad los impases en los que esa nueva Agencia no dejaría de perderse.
Franck Ramus se jacta de no ser un clínico y de no orientarse más que por la “ciencia”, es decir, por el horizonte de las series estadísticas de “la evidence based medecine”. Es el director de investigación en el CNRS y también miembro del KOllectif del 7 de enero, grupo de apoyo del documental El Muro, y “grupo de reflexión sobre el tema de las prácticas terapéuticas para los niños autistas, para hacerles evolucionar a pesar de la resistencia de numerosos psicoanalistas”. La animadora es Brigitte Axelrad, profesora honoraria de filosofía y de psicosociología, autora de un libro sobre “los estragos de los falsos recuerdos” (2011), que sostiene tesis muy diferentes de las de Jean-Claude Maleval (1) sobre las causas de la epidemia de “falsos recuerdos”. En el colectivo encontramos también a Yann Kindo, profesor de historia-geografía militante racionalista, cuyo blog, albergado por Mediapart, dispara contra el psicoanálisis y recomienda la desobediencia civil para “convertirse en plantador voluntario del OGM”. El 10 de mayo de 2012, fiel a las recomendaciones del “Manifiesto para una psiquiatría y una psicología basadas en pruebas científicas” producido por el KOllectif, Franck Ramus publica en otro blog albergado por Mediapart un artículo orgullosamente titulado: “El sufrimiento psíquico no es ni evaluable ni medible ¡Anda ya!”. En él, reafirma su fe en lo bien fundado de las evaluaciones estadísticas para medir todo lo psíquico. Sin embargo, en el dossier consagrado al autismo del número de abril de 2012 de Sciences et avenir, no podía esconder su sorpresa por el poco impacto que había tenido el “Manifiesto” del Kollectif, cuando había querido hacerlo firmar como petición en su entorno. La causa sería simple “Según él, muchos de los jóvenes psiquiatras juzgarían demasiado arriesgado para su carrera decir alto y claro lo que piensan en privado del psicoanálisis francés”, informa el dossier de S&A. Ahí tenemos los dos eslabones de la cadena del campo subjetivo.
Todo lo psíquico se mide, y si algo imprevisto aparece, se trata de un complot psicoanalítico. El hecho, la evidencia, es que el “Manifiesto” ha fracasado. El resto es interpretación.
Notas:
1. Maleval J.-C., Étonnantes mystifications de la psychothérapie autoritaire, Navarin/Le Champ freudien, mai 2012

miércoles, 27 de junio de 2012

A propósito de la identidad...


Una excelente disertación sobre esa terrible manía humana de vivir (y sufrir) por el reconocimiento

Reseña de la presentación del libro de Miquel Bassols: “Tu yo no es tuyo. Lo real del psicoanálisis en la ciencia”.
de Biblioteca Campo Freudiano, el Lunes, 18 de junio de 2012
“Tu yo no es tuyo. Lo real del psicoanálisis en la ciencia”. Editorial Tres Haches, Bs. As., 2011.
Reseña, casi transcripción, realizada por Myriam Chang
Salvador Foraster toma la palabra para presentar el acto, ―el primero organizado de manera conjunta, entre la Librería Xoroi y la Biblioteca del Campo Freudiano de Barcelona― expresando al mismo tiempo su anhelo de que haya una continuidad. Agradece a la Facultad de Ciencias de la Comunicación, de la Universidad Blanquerna, su participación al ofrecer el espacio de reunión necesario donde conversar sobre un libro de psicoanálisis, siendo además que el discurso psicoanalítico está excluido de sus aulas. Explica la dificultad para encontrar un interlocutor que, desde el ámbito de la ciencia, intercambie con Miquel Bassols, autor del libro, su opinión y parecer. Habiendo repasado todos los campos posibles de la ciencia, la organización terminó por decantarse por la Filosofía y, en nombre de ésta Manuel Cruz, allí presente.
S. Foraster presenta a los dos participantes: Miquel Bassols, psicoanalista, miembro de la Asociación Mundial de Psicoanálisis, de la Escuela Lacaniana de Psicoanálisis y de la École de la Cause Freudienne, Docente de la Sección Clínica y Coordinador del Instituto del Campo Freudiano en Barcelona. Ha obtenido el grado de Doctor en el Departamento de Psicoanálisis, de Paris VIII. Y últimamente, en un espacio de tiempo muy corto ha escrito varios libros: Lecturas de la página en blanco, Finales de Análisis, Llull con Lacan. El amor, la palabra y la letra en la psicosis, La interpretación como malentendido, y el que hoy convoca este acto: “Tu yo no es tuyo. Lo real del psicoanálisis en la ciencia”.
Manuel Cruz, filósofo, catedrático de Filosofía contemporánea en la Universidad de Barcelona, que participa desde hace varios años, en diversos medios periodísticos, de la radio y la televisión, con una extensísima bibliografía entre sus obras, de las que cabe destacar: La tarea de pensar. También es ganador de varios premios. El último de los cuales es el Premio Jovellanos por un libro que pronto saldrá publicado: Adiós historia, adiós. Y otros títulos anteriores como: Amo, luego existo. Los filósofos y el amor, Menú de degustación. La tarea del filósofo, Pensar por pensar, Cómo hacer cosas con recuerdos y otros títulos más. M. Cruz ha participado en esta misma semana en una mesa de debate sobre el tema del amor, también con psicoanalistas.
Y, finalmente, Mario Izcovich, psicoanalista y actual Director de la Biblioteca del Campo Freudiano en Barcelona, a quien pasa la palabra como como organizador.
Mario Izcovich agradece en primer lugar, el honor que implica estar allí presentando este libro. Un privilegio doble, en primer lugar por ser un libro de psicoanálisis que se publica, en este país, en este momento tan controvertido. Y en segundo lugar, por tratarse de un libro de Miquel Bassols, que trata un tema importante en la civilización actual. Un faro en medio de cierta oscuridad que estamos percibiendo. Se trataba también de una apuesta hacer una presentación de un libro de psicoanálisis fuera de la Biblioteca del Campo Freudiano, en conjunto con la Librería Xoroi y la Universidad. Se trataba también de apostar por una presentación que fuese un diálogo entre, si no es posible entre psicoanalistas de distintas orientaciones, sí al menos entre psicoanalistas y representantes de otros campos de la cultura. Si es esta la primera vez que se organiza en conjunto con la Librería Xoroi espera también que se pueda hacer una serie. Este libro le parece que por su tema, se alinea junto al libro de Javier Peteiro; El autoritarismo científico ―que la Biblioteca ya presentó hace algo más de un año―, y que a la vez incluye un apartado del diálogo muy fructífero entre ambos autores. Es un libro que puede servir de referencia para pensar cuestiones centrales que van a tener repercusión en la clínica, pero que sobre todo tienen que ver con el mundo actual. Y a la vez, se adelanta con dos años, al tema del Congreso de la Asociación Mundial de Psicoanálisis, que será en París, en 2014, Lo real en el siglo XXI. Encuentra en la lectura del libro una segunda frase además de la que se plantea como título: “Tu yo no es tuyo”, y es: “Tu eres más bien tu síntoma” que le parece da respuesta a la primera. Lo que implica una manera de devolver al psicoanálisis su lugar de subversión dentro de la cultura. Pasa, entonces, la palabra a la sala dando la oportunidad al diálogo.
Manuel Cruz, tras los agradecimientos, comenta que participar en la presentación de un libro, algo que le apetecía hacer, no implica sólo el elogio al autor sino también el aceptar que el libro nos ha dado en qué pensar e intentar continuar pensando. Sobre todo porque en el último tiempo, le ocurre algo no sabe si con el psicoanálisis, o con los psicoanalistas en general. Lamenta que el acto esté oscurecido por la ausencia de Vicente Palomera con quien se conocen desde sus días de estudiantes y con quien se volvió a encontrar en un acto de celebración del Décimo Aniversario de la Revista Freudiana. Y más tarde, en otro acto con Enric Berenguer, en la presentación del Seminario V de Jacques Lacan. A partir de estos encuentros se vio invitado a repensar su relación con el psicoanálisis y con los psicoanalistas y a ahuyentar un tópico de su cabeza. Se había hecho una idea de los psicoanalistas como reductivistas que acababan cada frase con un: “eso ya lo dice Lacan”. Pero a través de estos contactos ha ido cambiando su concepción sobre los mismos. Encontrando un cambio de actitud, una disponibilidad, una sensibilidad, una voluntad de interacción con otros discursos que abren unas expectativas nuevas. Un amigo psicoanalista le enviaba esta mañana un correo expresándole que la filosofía es, uno de los discursos que lindan con el psicoanálisis, que más le interesan. Y él piensa que es realmente así, que hay una coincidencia profunda en algunos de los temas que ambas disciplinas intentan pensar: el alma humana, el yo, el sujeto, la persona, la identidad, la ontología. A comienzos de semana leía un libro de Coetze en el que se decía, que los animales no esconden sus excrementos y hacen el amor en público, mientras que lo primero en lo que se diferencian los seres humanos es que hacen estas actividades en privado. Ese es el origen de la condición humana. William James en “Principios de psicología” decía que la principal motivación humana es el reconocimiento. Desde que el hombre es hombre el reconocimiento le define. El hombre empieza a definirse por la vergüenza, por la mirada, porque le importa la mirada del otro. El Otro nos constituye al punto de que lo que más nos importa es el reconocimiento. Si bien se modula, hablando de historias se modula según las épocas, hablando de personas a cada cual nos importa a nuestra manera. Pero a todos nos interesa el reconocimiento. Encuentra el libro de Bassols muy ambicioso en cuanto a sus citas, pudiendo recorrer un amplio número de autores, no sólo de la filosofía sino también de la ciencia en general. Algo que lo tiene completamente entregado. Según William Blake la identidad se construye a golpe de reconocimiento. Son los demás los que nos hacen saber lo que somos, que hay que decir más bien, por quién somos tomados. La construcción de la identidad no es sino la travesía de lo que el sujeto piensa que el mundo piensa de él. La vida es entonces una gran transacción que se juega en muchos ámbitos. Cada uno va viendo por quién es tomado, cómo se le acepta y por qué se le rechaza. Esto es también social, es público, es político. En uno de estos libros, sobre la identidad, se cuenta una anécdota sobre una muchacha afroamericana en un Instituto de los Estados Unidos. Era una muchacha más o menos gamberra. Había cometido una infracción por la cual debía ser sancionada. No obstante, el director del Instituto en lugar de sancionarla, por el hecho de ser reincidente, decide informar al sheriff del condado. En ese momento se está construyendo una escena importantísima en la identidad de esta persona. Por esa denuncia pasó de ser simplemente una gamberra a tener antecedentes penales. Según algunos autores este paso es normal, no se ve en ello mayor dificultad pero, para los althusserianos la construcción de la identidad es el escenario de un conflicto: nos hacen pero también nos deshacen. Los demás también nos generan los conflictos que nos desgarran. Aquí entra en juego la culpa. Y lo que llamamos Yo, sujeto, es una construcción. Pero, la cuestión no es si es una construcción o no. La cuestión es si la aceptamos o no, si queremos o no participar en su construcción o en su disolución. Como decía Sartre, lo importante no es lo que han hecho con nosotros sino lo que hacemos nosotros con lo que han hecho de nosotros. El problema estriba en si queremos participar en esta construcción. Si tenemos claro lo que queremos ser. Si no queremos la disolución, sino participar en la construcción de ese yo, la cuestión es cómo queremos que sea ese Yo.
M. Bassols agradece las intervenciones, a la Librería Xoroi, la BCFB y la Universidad. Y aclara que lo que ha sido difícil es encontrar a alguien que piense. M. Cruz tiene un libro: “La tarea de pensar”, y la primera frase que le viene a la cabeza en relación a este título es la frase de Heidegger: la ciencia no piensa. Agradece, entonces, a Manuel Cruz por prestarse a pensar. Este libro tiene su origen en los laboratorios de la Universidad Jacques Lacan. En un laboratorio dedicado al estudio de la relación del psicoanálisis con la ciencia: “Psicoanálisis y criterios científicos”. El psicoanálisis no es una ciencia pero surge de ella y está en el corazón mismo de lo que la ciencia está realizando como proyecto en nuestro mundo. Y es aquí donde entra el tema del sujeto, de la identidad, del Yo, con el qué somos. ¿Somos un montón de genes o de neuronas? Por cierto este fue un debate que comenzó ya en los años ‘90, en un programa llamado “La ventana”, que dirigía Xavier Sardá, donde se le invitó a participar en un debate sobre el tema. Entra luego a tomar directamente el problema que ha planteado M. Cruz, que le parece fundamental. Pues en efecto, está en el corazón de su libro y es el tema de la identidad y el del reconocimiento. El sujeto es una constante demanda de reconocimiento. Si uno va a las ciencias se llega a dos cuestiones no resueltas: 1) ¿qué es el lenguaje? y, 2) ¿qué es la conciencia? No se encuentra la sede del lenguaje ni siquiera en las neurociencias. El lenguaje no tiene base en el cuerpo y tampoco se encuentra el lugar de la conciencia. Son dos zonas en blanco en el mapa de la ciencia. Son terra incógnita en su campo. Para empezar a plantear el tema, dentro del psicoanálisis, lo primero que hay que decir es que el Yo no es el sujeto. Y añadir que el lenguaje no tiene una emergencia natural, autónoma, nace en el Otro. Hubo una serie de experiencias en la historia, como aquella de Federico II, que ordenó dejar a un grupo de recién nacidos al cuidado de personas que sólo atendían a sus necesidades y con órdenes de no dirigirles palabra alguna, sin reconocimiento de ningún tipo, se podría decir. La idea de Federico II era ¿qué lengua hablarían esos niños? con el resultado de que todos murieron, sin esa instancia del Otro que los reconozca, que les de el lenguaje, y que les de un sostén para construir su identidad. Ese gran Otro es una instancia ineludible para tratar el tema del sujeto. Esto es incluso un problema clínico. A quien va a análisis se le escucha, no como a un Yo idéntico a sí mismo, sino como a un sujeto que en algún lugar falta a su conciencia. En algún punto de su conciencia hay un agujero y es ahí que hablamos de inconsciente. Se abre aquí una primera gran línea de debate entre psicoanálisis y ciencia. De ahí el cambio entre los analistas de los años ‘70 y los de hoy: es que se han ampliado sus lecturas. Se han tomado el trabajo de leer para poder discutir con la ciencia, de ahí que en el próximo Congreso, en París, se piense en debatir sobre el desorden de lo real. No hay leyes en el funcionamiento de lo real. Esto es con lo que se está encontrando la ciencia. Es un real completamente desregulado. Para Lacan, lo real es lo que no cesa de no escribirse. Esto es también un problema clínico. Algo falta en su conciencia que forma parte de su sufrimiento más singular. En Madrid, después del atentado del 11 M, lo que manifestaban los sujetos es que lo traumático, lo que les subvertía en lo más profundo, no era lo que había ocurrido, sino lo que no había llegado a ocurrir. Lo que volvía, de manera torturante, en las pesadillas, en los recuerdos, era lo que no había llegado a realizarse. Para los analistas era un ejemplo de lo que Freud había llamado el trauma como lo que no cesa de no ocurrir. No puede llegar a encontrar su lugar en la realidad simbólica del sujeto. Eso que no llega a escribirse, como decía Lacan, está en el corazón del trauma, y está también en el problema de la identidad. Cada sujeto es distinto a otro, en la medida que se sitúa, en que responde a ese real de una manera o de otra. Y esto es lo que el psicoanálisis aborda de una manera completamente inédita. Lo que Lacan encuentra es que lo real es lo que escapa al dominio de la ciencia. Y en el psicoanálisis hay algo más que escapa a las neurociencias. Es un debate abierto. Sobre el problema de la identidad hay un autor que le gusta mucho citar y que es Julián Ríos, es un autor joyceano, que frente a la frase bíblica que sostiene la identidad de impostura del “Yo soy el que soy” dice: “Yo soy el que es hoy”. De manera que el “soy” queda limitado según las circunstancias del “hoy”.
Isabel Durand pregunta sobre lo último explicado por Miquel y que se refiere al real, explicado en los ejemplos de Madrid, como lo que no había podido hacerse. Y se le ha ocurrido remitirlo a la impotencia de cada sujeto frente a un imposible. Que cuando se dice que un análisis debe pasar de la impotencia a lo imposible se topa con la singularidad de cada sujeto para aceptar lo imposible. Y con respecto a lo que decía M. Cruz que hablaba de esta búsqueda de reconocimiento en el ser humano, que precisamente por no tener una identidad, tiene que identificarse. Y se le ocurría que un análisis podría servir para hacer un duelo de esta alienación por esta pregunta de ¿quién soy? Tal vez cuando uno puede encontrar un tope a esa pregunta, puede obtener un cierto alivio y podría dedicarse a otras cosas.
M. Bassols agrega que el problema de lo real en la ciencia no tiene el estatuto de la realidad. De donde surge la cuestión de ¿a qué se llama lo real en cada una de las disciplinas científicas? Cada una construye su propio vínculo con lo real. De manera que la ciencia como tal ha dejado de existir y lo que encontramos son “las ciencias”, como el modo particular que cada disciplina tiene para abordar ese real. Lo que aplicado a la clínica nos lleva a preguntarnos sobre la idea de real que trae cada sujeto que viene a análisis. El analista no tiene idea de ese real, no puede poner palabras para nombrar ese real que trae el sujeto. De manera que cada terapeuta tiene una posición distinta al momento de escuchar al sujeto que tiene delante. Por ejemplo, un terapeuta que cree tener la idea “correcta” sobre ese real al que ha de adaptar al sujeto. De esta idea de real que tiene cada terapeuta, de su posición frente a lo real, se deriva su ética. De cómo entendemos lo real en cada caso. En esto él se manifiesta más riguroso en la cuestión del debate. Llevar la discusión al caso por caso. ¿Cómo entendemos lo real en cada caso? Ahí es donde se pondría a prueba la potencia, la eficacia de los discursos. Sobre lo real tendremos que seguir hablando, no sólo porque será el Congreso dentro de dos años, sino porque será el gran tema de debate, para la ciencia y para el pensamiento, en el siglo XXI.
M. Cruz: cuando ha escuchado la expresión “el duelo de la alienación”, dentro de la lógica de la búsqueda de reconocimiento, se le ha disparado en la cabeza el concepto de ideología, el concepto de engaño. Se pregunta si hablar del “duelo de la alienación” ¿significa hablar del duelo por un engaño, finalmente reconocido como tal, en todos los contextos o habría que verlo caso por caso? Hay algo que es casi universal, cuando el individuo reconoce la condición de artificio de su propia identidad. Que hasta entonces él podía vivir casi, casi, como un destino, como una fatalidad, como una culpa en ocasiones. A veces en la literatura más clásica, aunque ahora casi ha desaparecido... la idea de la maldición. ¿A qué experiencia correspondía que alguien se sintiese maldito? Cree que se correspondía con la imposibilidad de transferir eso a ninguna otra instancia. Hay un daño intransferible del que al mismo tiempo, desde algún punto de vista, el sujeto se siente inocente. En todo caso, es un universal este alivio que experimenta cualquiera cuando de pronto, en lo que aparecía como factibilidad abstracta, que venía de fuera, reconoce su condición artificial y por tanto manejable. Esta es una cuestión. Y otra cuestión es ¿estamos dando por descontado que cualquier identidad es contradictoria? ¿La historia de una identidad es necesariamente la historia de un desgarro? Y esta es una pregunta para la que no tiene respuesta, sólo sospechas. ¿Es pensable una identidad confortable, o como diría Hegel, una identidad reconciliada? ¿Es pensable o no, o ya de salida lo tenemos que descartar? Entonces, si es así, cualquier identidad es una maldición, sea cual sea. La única diferencia será que hay maldiciones llevaderas y maldiciones insoportables. Por resumirlo, una vez que uno reconoce la condición de artefacto de la propia identidad, y por tanto, la identidad ya no es un engaño sino que ha mostrado su naturaleza, ¿esa es la última palabra? O, ¿hay formas distintas de vivir la identidad?
Le pasa la pregunta a M. Bassols que a su vez pasa la pregunta a la sala.
Neus Carbonell indica que no se puede vivir desidentificado.
M. Bassols está de acuerdo con esta intervención. Y agrega que un hombre o una mujer desidentificados es la locura. Hay siempre algo de locura en cada identidad, pero cierto punto de identidad es una condición.
Enric Berenguer hace una pregunta sobre los intercambios que los presentes han hecho con los científicos, porque por lo que parece, que lo que se establece perdura. No parece haber una diferencia entre el hombre máquina y el hombre neuronal. Hay como una concepción dieciochesca que perdura. Hay una permanencia de ese paradigma. A Bentham, en el siglo XVIII, se le ocurre en algún momento que él puede ser un Newton de la moral. Era un proyecto novedoso que había que poner a prueba, e introduce una lógica matemática, con la idea de que hay un saber en lo real que le permitiría introducirnos en las leyes físicas y estructurales de las conductas. Y después ha habido una serie de fracasos repetidos de intentos de probar este proyecto de lo que sería el modelo científico aplicado a lo social, a lo moral. Hay una resistencia que sería más aplicable a la ciencia de Newton, porque en realidad en la ciencia newtoniana había una creencia en un ser que ordenaba lo real. Incluso Jacques-Alain Miller retoma en la conferencia con la que introduce el tema “del desorden de lo real en el siglo XXI” el escándalo de Einstein cuando se asombra ante la física cuántica: “No puede ser, Dios no juega a los dados”. Que en este punto es casi newtoniano: Newton que ha revolucionado las leyes de la física, retrocede: Dios no juega al azar. E. Berenguer ve que hay una tenacidad, una resistencia a aceptar que hay un desorden en lo real. Vemos que hay un tiempo lógico que tenemos que acompañar. Y se pregunta si ese tiempo hará que la ciencia empiece a ver la conclusión y que irradie hasta otros ámbitos que esa esperanza realmente no se dará. Porque el tecnicismo proviene del siglo XVIII, pero ¿hay realmente una ciencia del siglo XXI que pueda decir al tecnicismo del siglo XVIII: esa esperanza era vana, o no?
A Miquel esta intervención le parece muy sugerente. E indica que hay parte de la ciencia que apunta a lo que Enric ha aportado. Después de lo que él ha llamado el “amarillismo científico” con el que nos invaden las páginas de los periódicos cada día: “se ha descubierto el gen del suicidio”, “se ha descubierto el gen del autismo”, “se ha descubierto el orgasmo femenino en tal zona del cerebro”. Esto es muy del día a día en ciertos periódicos mientras que en otros eso es algo más abierto. Es cierto que ese cientificismo sigue existiendo tal cual el Hombre máquina, en algunos sectores de la ciencia. Pero también es cierto que en otros sectores, hay gente que ni siquiera está vinculada al psicoanálisis, entre ellos Javier Peteiro, que están planteando otras cuestiones. En esto hay como un movimiento de péndulo. La ciencia ha venido a ocupar el lugar de la autoridad, como en la universidad, por ejemplo. En muchos lugares ha venido a ocupar el lugar de la religión en los que se constata cierto declive del Nombre del Padre, por ejemplo. Y ese lugar lo ha ocupado cierta posición de la ciencia. Pero cree que la ciencia está empezando a captar los efectos sobre ella misma de la imposibilidad de mantener ese lugar con su perspectiva actual. Y, en efecto, se va viendo cada vez más, lugares de reflexión donde ese cientificismo del siglo XVIII, que pervive de una manera loca, en una epistemología ya completamente fenecida, pero que sigue sosteniéndose en ideas de método científico. El cognitivismo, por ejemplo, que no puede discutir sobre ciencia porque no tiene ni idea de lo que hace, porque ya ha abandonado esa pretensión, y sigue funcionando por estadística, pensando que la estadística es “La Ciencia”. Hay ahí cierto aplastamiento del pensar que M. Bassols considera muy problemático. No obstante, empieza a vislumbrar cierto movimiento, o bien de péndulo, o bien de que el hilo del péndulo se ha roto y estamos ya en otra lógica. En el que la ciencia empieza a encontrar ciertos puntos de límite. Incluso en los libros de neurociencia más dura ha empezado a encontrar, en Bennett y Hacker, por ejemplo, e incluso en Antonio Damasio se pueden leer capítulos en los que se pone en cuestión esa ilusión vana que reduce la conciencia al hombre máquina. Algo completamente delirante. Pero en efecto hay en la ciencia determinados sectores que se están ya anticipando a ciertos desarrollos actuales y que en el psicoanálisis debemos estar listos a seguir, a acompañar, a dialogar con esos avances. Solo una cuestión más con respecto a la identidad, puesto que Manuel ha planteado, ¿qué pasa cuando el sujeto ha encontrado el artificio de su identidad qué es lo queda después? Desde el psicoanálisis, al menos, lo que queda después es algo que parte de una incompatibilidad que rompe con el cogito cartesiano y, es que el Yo del “yo pienso” no coincide con el “yo de los sueños”, que necesariamente se escapa algo en mi pensamiento de lo que “soy”. Yo no puedo pensar todo lo que soy, ni puedo ser todo lo que pienso. Hay algo donde yo no puedo pensar. Y esto es lo que llamamos inconsciente. Soy de alguna manera inconsciente en mi pensamiento y a la vez no puedo llegar a pensar todo lo que soy. De ahí que haya que re estudiar el cogito cartesiano, de donde nace en el siglo XVII la ciencia: necesariamente hay un Yo del “yo pienso” que no coincide con el Yo de lo que “soy”. Y que en algún punto toda identidad está hendida, fracturada, dividida entre lo que es y lo que piensa. Si uno puede llegar a asumir esa fractura en el interior de cada sujeto, ciertamente, se produce algo muy apaciguador. Porque además los delirios de identidad se rebajan mucho. Uno ya no se piensa tan idéntico a sí mismo, ni va a reivindicar más su identidad, porque sabe que no puede pensarla toda, ni puede ser toda en su pensamiento. Esto alivia bastante y ayuda a vivir más en paz.
M. Cruz está de acuerdo en que hay una dimensión del mundo que se le escapa al sujeto. Pero no debemos olvidar que el mundo propicia, potencia, induce en el sujeto. No piensa que sea un delirio, o una fantasía utópica pensar en sociedades, en mundos, en realidades menos agresivas. Menos hostiles con las exigencias del quién debe ser. Aduce que se ve gente que llega con un conflicto inducido y en el que se ve claramente quién es el agente de la inducción. Por otra parte, la imagen del péndulo le parece muy acertada, tiene también la sensación, de que en el último tiempo se ha producido el rasgo de un divorcio entre la realidad de la ciencia, ―que es ya realidad tecnocientífica, lo que se llama el complejo científico-técnico que ya va por su lado― y el discurso. Nos podemos encontrar con la paradoja acerca de la naturaleza de la tecnociencia, de que se están haciendo planteamientos muy claros, muy críticos, muy escépticos pero en el campo de la ciencia ni caso: todos apuntan a la cuantificación. Y esto va en función de los recursos. Uno se puede leer a Bauman por la noche pero sabe que nadie le va a dar un duro por eso. En cambio, dinero para encuestas de opinión, sociología de mercado, etc., todo lo que ustedes quieran. Entonces, las ideas están muy claras, pero la tecnociencia a lo mejor lleva su velocidad de crucero.
Eugenio Díaz retoma esta vía y lo que había planteado E. Berenguer, que no es sólo la ciencia sino que además hay una alianza con el capitalismo. Lo que es una gran novedad que pone en seria dificultad esta esperanza. No es que no haya científicos que no estén disponibles para pensar al sujeto como no igual al gen. El asunto es que en la alianza con el capitalismo hay un programa: que el sujeto, en tanto que sus dificultades en la identidad y con su Yo, que el sujeto desaparezca. Quiere respecto a esto hacer un elogio al título del libro, “Tu Yo no es tuyo”, que implica desde el psicoanálisis, como lo acaba de decir Miquel que hay algo que se te escapa, pero también, “Tu Yo no es tuyo”, en tanto que tu Yo es de esta alianza en la que, en lugar de un ciudadano, queda un consumidor.
M. Bassols, acota: “Tu Yo es de los mercados”
E. Díaz añade que incluso “tu acto” está bajo sospecha de cara a los mercados. Unos rumores pueden hacer sospechar a los mercados y eso hace que suba o que baje la prima de riesgo… y demás. Le parece que hay algo más complicado en este péndulo de que hablaban.
Siguiendo esta línea, M. Izcovich, y retomando la pregunta que hacía E. Berenguer ubica en el libro lo que M. Bassols llama la multiplicidad de yoes y por otro lado, la búsqueda del Yo fuerte. Volviendo a la diferencia con respecto al siglo XVIII, donde no había esta multiplicidad que es más propia de esta época, se preguntaba si en esta época postmoderna con esta multiplicidad, y la alianza con el capitalismo de la que se ha hablado, si la nostalgia de la autoridad pasada, de un modelo de familia pasado, etc., si no será una manera de responder ante esto.
Gabriela Galarraga pregunta si no hay una feminización de la ciencia que pasa de la lógica del todo al no-todo.
Esta es justamente la línea, dice M. Bassols, que ha tomado en su exposición en el Congreso. Aduce que hay una feminización en el más estricto sentido que Lacan le da a este término. Cuando se plantea la cuestión de la tecnociencia es cierto que hay un cambio fundamental, de cierto movimiento de la ciencia, desde el siglo XVII hasta mediados del siglo XX. Y lo que ocurre, después de la segunda guerra mundial, es el famoso informe Vannevar-Bush, de 1949, donde por primera vez se plantea la alianza entre la investigación científica y la política de guerra. Esto es en los EE. UU. y lo ha estudiado Javier Echeverría en su libro sobre el origen de las tecnociencias. Ahí se da un cambio de discurso muy importante, por esa alianza entre el discurso de la ciencia y el discurso capitalista, que ha sido arrasador en el mundo contemporáneo y que cambia completamente el paradigma. Ya no se hablará más de ciencia sino de tecnociencia. De ahí también esa fractura de la que se ha hablado.
M. Bassols cree que estamos empezando a medir los efectos en el ámbito de la clínica misma. Hay estudios que intentan dilucidar ese efecto en la clínica. No en el sentido de si hay más o menos fármacos, sino cómo la perspectiva de la tecnociencia actual incide en lo que los sujetos vienen a explicar al análisis en las primeras entrevistas. Esto ha entrado tanto en el discurso común que incide en la forma cómo el sujeto viene a hablar de su malestar. De alguna manera, llevaría el informe Vannevar-Bush incrustrado en su discurso. Hay formas de quejarse del malestar que siguen ya esos parámetros de la tecnociencia. No es entonces, sólo un problema epistemológico, sino de nuevo un problema ético y clínico de primer orden. Esa alianza la estamos encontrando ya en sus efectos, de algo que viene de los años ‘40 y ‘50. En la industria farmacológica eso ha tenido efectos importantísimos. En la investigación científica actual tiene muchos efectos porque hay toda una serie de elementos de investigación que no se producen ya, por ese hecho. En las revistas científicas se ve cómo hay líneas de investigación que se abandonan por criterios tecnocientíficos únicamente. Que por otra parte, van en detrimento de la propia ciencia. Desde el interior de la ciencia se está produciendo una crítica interesante, porque la propia ciencia no es ajena a los efectos de esa alianza con el discurso del capitalismo.
M. Cruz explica para secundar esta idea que, en reuniones en la Universidad, los datos que se manejan son las investigaciones que corren a cuenta de las empresas privadas, en otros países y en España. En España la investigación científica todavía es pública, pero en países como Estados Unidos la investigación es completamente privada. Lo que pone de manifiesto esa vinculación entre la ciencia y el mercado de manera muy clara. Por otro lado, retomando la cuestión de los múltiples Yoes, ¿hasta qué punto esos múltiples yoes, no es sino la manifestación de la multiplicidad real en la vida de la gente? Es decir, que la nostalgia del Yo fuerte es una nostalgia imposible. Corresponde con una realidad social y por tanto, mental, determinada: una persona que tiene todas sus esferas bien encajadas una dentro de otra. Pero esto ha estallado, este ideal ya no existe en ningún ámbito. En lo laboral, ya no es que un individuo tenga muchos trabajos, el ideal es que se dedique a distintas actividades, en épocas distintas de su vida. De manera que esa identidad fuerte que se tenía de identificaciones bien encajadas, como muñecas rusas, ahora ha saltado por los aires. Lo que ahora existe es la fragmentación de las diversas dimensiones de la vida real de los individuos. Entonces, el yo fuerte, no es realmente materializable.
En la clínica, dice Bassols esto se capta a menudo. El aumento de las depresiones es un índice pero no se resuelve en eso, es algo más fundamental. Hay algo que Jacques-Alain Miller ha hecho notar también, que hay como una especie de melancolización fundamental en lo actual, que en efecto da cuenta de esa fragmentación de su identidad. No hay un Yo fuerte, no hay tampoco el punto de identificación fundamental que atravesaba toda una vida, que daba consistencia a ese Yo. No hay el “Yo soy y seré”. Hay el “yo soy el que es hoy, y mañana ya veremos”. Se parece bastante a la figura del melancólico que Freud borda en su texto: “la sombra del objeto perdido ha caído sobre su Yo”. Y aparece disperso, diseminado en una serie de trozos que en su vida va recorriendo a la búsqueda de esa identidad perdida. Esto se refleja bien en la clínica. La de los años ‘80 no es la misma que es hoy.
M. Izcovich habla de la búsqueda de un sentido: ser drogadicto, ludópata, etc.
Bassols afirma que en efecto florecen las pequeñas zonas de identidad, de identificación como consumidores de tal o tal. Grupos alrededor de tal síntoma. Y es cierto que se va reproduciendo en cadena esa fragmentación de la identidad.
M. Cruz cuenta una anécdota que da cuenta de este fenómeno por el cual un sujeto se define por tal o tal adicción o consumo. Se encontraba en Argentina en una época en que había habido una inundación de dos ríos. El veía en la televisión un reportaje. Iba el periodista con la alcachofa entre las tiendas de los refugiados y se acerca a alguien que estaba por ahí, pero no tenía claro si había sufrido la inundación o estaba de paso, y le hizo una pregunta casi metafísica: “¿es usted un inundado?”. Le otorgaba una identidad a partir de un hecho determinado.
Interviene alguien en la sala manifestando su pesimismo con respecto a lo que el sujeto es para la sociología cuantitativa.
Miquel interviene para decir que para la sociología cuantitativa cada uno es un número, es una variable. Como también para cierta parte de la psicología el sujeto es una conducta cuantificable. En la maquinaria de la evaluación, todos somos evaluados en ese sentido, pero evaluados en tanto cifra. Todo es reducible a una cantidad o a una cifra. Esa es una manera de resolver la identidad. Hay que pensar que también es cierto que hay una demanda de eso. La mercadotecnia impone el preferir ser un número a plantearse qué se es, y seguramente es una manera de resolver el problema, de desplazarlo o de agravarlo finalmente. Pero no hay que perder de vista que hay una inercia, que hay una corriente de la ciencia ―Galileo lo formulaba en esos términos: “medir todo lo que sea medible y hacer medible lo no medible”― que se ha orientado siempre en esa idea. Pero finalmente, el ser del sujeto no es medible, ni numerable. Pero se ve que más avanza esa corriente, más produce efectos de segregación de lo no cuantificable, de lo no numerable. Y eso pulula como una especie de virus que también está inundando todo. En términos psicoanalíticos: cuanto más se reprime por un lado vuelve por el otro, de otra manera. Y a la vez hay el grito del sujeto moderno, “no quiero ser identificado”, “no me identifiquen”. Lo hemos escuchado en el discurso de “Los indignados”: No me identifiquen. Para ser escuchados en la singularidad de su voz más allá de cualquier representación. Hay una reivindicación del sujeto contemporáneo de no ser numerado, de no ser cuantificado. Y esto va muy en la línea del sujeto que el psicoanálisis escucha. 
M. Cruz con respecto a que a veces nos guste ser número, recuerda que Santallana decía en un poema: “me gustaría olvidar que yo soy yo”. Mucho del éxito de cierto orientalismo de baratillo tiene que ver con esto. ¡Abdicar de la identidad, qué bien! ¿Por qué? Porque cada identidad podría contar como sucesivos episodios de control social. Todo lo que se ha dicho de la identidad como una transacción de lo que los demás piensan de uno, si uno las acepta, todo eso es gravoso y, liberarse de eso, aunque sólo sea un momento produce un gran alivio. Comenta el alivio que sentía en la mili cuando se ponía el uniforme. Todos eran iguales, era casi invisible. Había alguno que quería ponerse en el uniforme alguna diferencia. ¡Qué tontería! En cuanto se pone uno una diferencia, se pasa a ser mirado y a ser controlado. El gran alivio es que se sea casi invisible. Pero ¿se podría llevar hasta el final esa reivindicación de anonimato? Recuerda que un colega le decía a otro que hablaba mucho del anonimato: Si, si, mucho anonimato... Pero ¿tú por qué firmas los libros donde hablas del anonimato? Y tiene un punto de acierto. Si uno no puede decir que esa es su idea, uno tiene la impresión de que le están quitando algo.
M. Bassols recuerda un chiste de Forges, que le pareció excelente: un hombre se despierta sobresaltado y le dice a su mujer: “Josefa he tenido una pesadilla: yo era yo”. Y la mujer le responde: “joder, lo peor que te podía pasar era eso”. Hay un momento en el que el sujeto se siente angustiado, se siente encorsetado. Hay un encuentro con la angustia cuando el sujeto se siente demasiado idéntico a sí mismo. Y esto es algo que hay que rescatar actualmente, para una clínica del sujeto dividido, en términos lacanianos. Si uno tiene que decir algo de sí mismo, será siempre algo disonante, no como idéntico. Como autor de este libro él mismo no se reconoce en él. Y esto es una experiencia que puede causar angustia, “si yo no soy el que ha escrito esto”, “algo se ha escrito en mí y eso sigue su curso”. Si cuando me despierto “yo soy demasiado yo” me angustio. Hay algo de ese orden para rescatar esa paradoja que no tiene salida por el lado de los discursos identitarios. Que sólo lleva a una uniformización absoluta del sujeto donde se tapa su verdadera identidad, esa que escapa a su Yo, precisamente.
Una participante pregunta sobre lo que dice en “El libro de la página en blanco”, y sobre la posición ética que se tiene al escuchar al otro como esa página en blanco. Y pregunta sobre la posición ética que se tiene en los encuentros con la ciencia. 
Interrumpe el bedel anunciando que van a cerrar.
M. Bassols explica que debatir con gente que de entrada no comparte ningún presupuesto con él, es algo que le encanta, es una disciplina también, pero le ha enseñado algo y es que hay un cambio posible entre sus interlocutores, en su actitud hacia el psicoanálisis, cuando uno encarna esa página en blanco en el campo de la ciencia. Es una posición ética que él se ha querido dar en esos encuentros

sábado, 16 de junio de 2012

A propósito de las sin salidas de la relación sexual...


Variaciones sobre el encuentro
entre los sexos

Acaba de editarse …o peor (Paidós), el seminario XIX de Jacques Lacan y el último traducido al castellano. Dictado entre 1971 y 72, es el principio de un giro hacia la teoría de los nudos que el psicoanalista francés siguió hasta el final de su enseñanza, cuando dijo, el 12 de diciembre de 1978, “que no haya relación sexual, he aquí lo esencial de lo que yo enuncio”. Después, el Uno, lo real, el sinthome, serán conceptos disueltos en el infinito del goce femenino.

POR PABLO E. CHACÓN

Si es cierto que el cachorro de hombre es un compuesto que incluye la historia de su familia materna y paterna, no parece disparatado pensar que el infans llega al mundo poco menos que preso y con el equivalente de una herencia en ocasiones demasiado pesada para cargar, que carga sin saber que le pertenece a los demás. Pero se trata de sobrevivir. Primero, acomodándose al pesebre que le toca en suerte, y más tarde, a darse la cabeza contra el no de los otros. Y construir así, paso a paso, la vía regia de una “autonomía” contradictoria que lo instalará, con suerte, en la neurosis y su incontrolable colección de síntomas. Esos síntomas quizá se transformen o desaparezcan si un deseo bien temperado lo empuja a quemar la casa sin garantías, sin seguridad de que la intemperie del afuera sea más soportable que la de adentro. Digamos que es una apuesta entre lo que hay… o peor.
… o peor es el título del último seminario de Jacques Lacan traducido al castellano. Y representa un punto de inflexión en la enseñanza del psicoanalista francés. Lacan, que convirtió al complejo de Edipo freudiano en estructura, mediante la lingüística y la teoría del significante, advierte sobre un más allá del síntoma que resiste a su disolución: eso es lo real. A su modo, insiste: hacer psicoterapia con el síntoma no evitará que lo real retorne como lo peor. Este es el punto donde el ideal científico de Lacan (grafos, topología, nudo borromeo, matemas, etcétera) se vuelve inequívocamente político. Es un punto de importancia decisiva porque al parecer impregnará la clínica psicoanalítica del siglo XXI. Y una respuesta política de Jacques-Alain Miller a su legión de detractores.
En el último congreso de la Asociación Mundial de Psicoanálisis (AMP), en Buenos Aires, Miller, cerrando el evento, invitó a pensar un título para el IX encuentro –que se celebrará en París en 2014: el desorden de lo real. Curiosa anticipación que en un reportaje concedido a este medio, ese hijo pródigo de Louis Althusser también haya hablado del goce, de la muerte y de la ausencia de proporción sexual.
¿Será que ya no se trata sólo del sujeto dividido por la represión o el no saber de un síntoma que insiste pero que puede descifrarse sino de una piedra de toque, sin sentido, indescifrable, absolutamente singular, eso, lo real, que decide la posición, activa o pasiva por fuera, por lejos de la genitalidad, del género y de la “identidad”, esas antiguallas para sufragistas de baño unisex?
Dice el psicoanalista Gerardo Arenas, traductor del seminario: “En principio, gracias a la reciente aparición de …o peor, el número de seminarios de Lacan publicados en castellano (quince) supera en número a los que siguen en espera. Pero hay varios motivos adicionales por los cuales celebrar la llegada del Seminario XIX al mundo hispanohablante”.
“Entre fines de 1971 y mediados de 1972, además de dictar su habitual seminario, Lacan dio en otro ámbito siete charlas sobre ‘El saber del analista’. Quienes frecuentábamos las desgrabaciones de las clases de ese seminario y del conjunto de esas charlas, nos topábamos con una gran dificultad: al leer cada serie por separado, ambas nos parecían incompletas, y si las mezclábamos intercalándolas por orden cronológico, la primera parte del producto resultaba incoherente. Por eso celebramos la decisión de Miller, quien estableció el texto intercalando sólo las cuatro últimas charlas y publicó aparte las tres primeras bajo el título de ‘Hablo a las paredes’, de próxima aparición”.
“El producto resultante plasma dos aportes clave de Lacan, vinculados entre sí. Medio año antes de dar comienzo al Seminario XIX, había mostrado la necesidad de introducir un cambio en la concepción de la experiencia analítica, en la medida en que ésta no puede sostener la absoluta primacía de lo simbólico sobre lo real. Y aquí vemos a Lacan dar el primer paso en esa dirección: cuestiona la existencia del Otro (campo del lenguaje y del deseo) y propone partir del Uno (marca real del goce en el cuerpo). Esta propuesta se condensa en el neologismo Haiuno”.

…o peor es un seminario central porque completa (pero no cierra) la operación de desmitologización del campo freudiano, ampliando su alcance, introduciendo la idea de que el síntoma que cifra al deseo es una defensa contra el goce. “Lo que parece una ley general es que los primeros encuentros con el goce del cuerpo dejan marcas que no se borran. Eso es curioso. Porque esos encuentros son contingentes. En las estructuras clínicas, el encuentro con el goce es algo desmesurado, no previsto”, dice Miller en el reportaje. Desmesurado al punto que suele ser una excusa perfecta para suturar la extrañeza susceptible de un encuentro –incluso sexual– con la otra especie. O en otros términos, el amor menos como una ilusión que como una experiencia de la diferencia radical. “’Hay Uno’ (...) Entiendan: el Uno-solo. Solo en su goce (radicalmente autoerótico)”. “Aquí comienza la última enseñanza de Lacan (…) Lacan enseñaba la primacía del Otro en el orden de la verdad y en el del deseo. Aquí enseña la primacía del Uno en la dimensión de lo real. Recusa el Dos de la relación sexual y también el de la articulación significante. Recusa el gran Otro, pivote de la dialéctica del sujeto, le deniega la existencia, lo remite a la ficción. Desvaloriza el deseo y promueve el goce. Recusa el Ser, que no es más que semblante. La henología, doctrina del Uno, aquí está por encima de la ontología, teoría del Ser”.
Es una suerte de pasaje de la doctrina del sujeto dividido al Uno, o “partiendo de lo real”, alUn-dividualismo moderno, en sus términos, los de Miller.
Arenas anota que “el segundo aporte (del seminario) apunta a despejar cuáles son los modos estructurales de relación entre los sexos. Freud ya había señalado que el homo sapiens carece de un instinto sexual que guíe a cada individuo hacia algún partenaire del otro sexo, a tal punto que hombres y mujeres parecen pertenecer a especies diferentes (aunque puedan tener descendencia). Lacan resume esto en la fórmula ‘No hay relación sexual’, que indica la ausencia de tal programa instintivo en los seres que hablan: todo lo que supla esa inexistente relación surge de una contingencia y de una invención, lo cual socava todo intento de dar una definición (biológica, social, moral o religiosa) tanto de la naturaleza como de la normalidad. Lacan construye aquí, ladrillo por ladrillo, la estructura que enmarca las relaciones entre los sexos, y agrega, a la lógica de la excepción paterna descubierta por Freud (que rige a la posición viril), la lógica del no-todo característica de la posición femenina”.
Entonces, si no hay relación sexual, lógicamente, La mujer no existe, existen las mujeres. En otros términos: no existe intercambio, proporción, orgasmo compartido, Madre eterna, fusión original, por qué te fuiste mamita… Lacan sabía de qué iba la cosa. Y Freud se había definido contra (Carl Gustav) Jung, que en lugar de lo sexual, situaba la fuente del deseo en los reencuentros con unos “arquetipos” universales. Freud quería una nueva ciencia, no un retorno a la religión.
El místico que Lacan guardaba en su gabinete de “libertino” estaba por afuera de la religión: sus amigos eran Georges Bataille, Pierre Klossowski, Michel Leiris, Roger Caillois. Desde su posición como psiquiatra, jamás abandonó su interés por la “locura” femenina. El goce femenino, Lacan lo entiende como una suerte de desarreglo que la regulación fálica no puede capturar. “Hay un goce de ella, de este ‘ella’ que no existe y no significa nada. Hay un goce de ella del que tal vez no sabe nada, sino que ella lo experimenta, y esto, ella lo sabe. Lo sabe, claro está, cuando esto sucede”. Esa potencia en acto, que las fórmulas de la sexuación sitúan con claridad, lo empuja a purgar a Freud de los residuos mitológicos de su invención, que se detiene con una pregunta: ¿qué quiere una mujer? Seguramente algo que la posición masculina ignora. Pero si el encuentro se produce, será fortuito como el de una máquina de coser y un paraguas sobre una mesa de disección.-